miércoles, 21 de octubre de 2009

Rosa rosae

- Ya está hecho.
- Gracias Paco, esto progresa.

Y tanto que progresa. Su abuelo solía contarle cómo para conectar con una empresa de otra provincia, debía pedir comunicación a una centralita en el pueblo, que a su vez la pedía a la ciudad, y ésta probablemente a Madrid, y de allí de nuevo hacia abajo en el árbol de la telefonía. Ahora un móvil aparentemente sin antena, y listo, hablando con Málaga en lo que cuesta sacarse un moco, la marcación por voz es lo que tiene.

- ¿Se ha quejado mucho? -inquiere la voz con acento del sur.
- Para nada, ... quejarse no, se acordó de todos mis muertos. En fin, ahí tienes el camino allanado, estamos en paz.

Cuántos años Francisco Casado estuvo esperando este momento, sólo él lo sabía. Todo empezó con su doctorado en la tierra del tulipán, y el desliz que tuvo con la hija del "Professor" sobre la mesa de su despacho, de la del catedrático en cuestión, fielmente documentada con una mísera Polaroid por ese amigo, entre comillas, malagueño. Que le echaran hubiera sido cuestión de dos minutos, pero el Jetis, en breve estancia post-doctoral, como la colonia española le llamaba por el rostro que le echaba a la vida, se guardó ese comodín en la manga.

Curiosamente el Jetis llegó a ser catedrático, dos lustros después, en la universidad de Málaga, mientras Francisco veía cómo el que se fue a Sevilla perdió su silla, pues hacer el doctorado en el extranjero lleva parejo exogamizarse para toda la vida con el sistema universitario español. Así que no le quedó más remedio que tirar por la vía empresarial, en la que dos años después de volver de Flandes consiguió triunfar fichando al figura de Módenas, joven válido y pretencioso, que aumentó su cartera de patentes con los años, amén de aportar para explotación otras propias de Módenas que alguien se encargaba de mantener, no se sabe bien quién.

- Bien, ahora ya sólo es cuestión de tiempo, vamos a empezar a producir y vender lo que ya sabes, pero Módenas está fuera del negocio, y no se enterará. Estamos en paz.

Efectivamente, y tan en paz, envolver el despido de Módenas con el manto de su creciente incompetencia fue fácil. Lo que Francisco no veía tan fácil era lo que para el Jetis era el pan suyo de cada día: vender productos fabricados con técnicas patentadas por otros, por Ja, como le llamaba todo el mundo.
- En vez de palmeras le llamaremos rosas, y listo -dijo el Jetis con su acento sureño- y ¡a volar!
- Nunca más bien dicho, a volar -dr. ir. poco convencido-.

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A doscientos veinte kilómetros del convento en el que no me cagué dentro, y ahora me arrepiento, observo el cielo, sentado en una roca a cincuenta metros del suelo, vista panorámica de pinos, fresco no frío, solitario el lugar pues en Junio nadie más que los lugareños habitan Bronchales, en la Sierra de Albarracín, de ese lugar que, aunque existe, muchos españoles, tan dignos cuando al otro lado del atlántico norte no saben dónde ubicarnos, no serían capaces de encontrar en un mapa, ni siquiera de Aragón. Veo el coche minúsculo, haciendo horquilla con dos dedos soy capaz de abarcarlo guiñando un ojo desde esta altura.

No sé por qué he venido aquí, bueno sí lo sé, estoy harto de la ciudad, y cualquier cosa que me plantee hacer en mi profesión la puedo hacer con un ordenador, una conexión a Internet y unos cuantos contactos en algunos laboratorios que externalizan la I+D. Sí, aunque dedicarse a la Ingeniería Química le haga pensar muy acertadamente a la mayoría de los mortales en alguien con una bata blanca rodeado de tubos y probetas humeantes, rellenas de distintos líquidos de colores, no es siempre este el caso. Una de mis primeras patentes fue un software de análisis de reacciones químicas exógenas, orientado al análisis de la longitud de onda, el color, producido por las mismas en caso de explosión. Con esto, y un acuerdo de confidencialidad con un buen laboratorio profesional para las pruebas, podría trabajar desde el mismo Himalaya, cuando allí alcance la red de cable o la 3G.

Me bajo para el pueblo despacio, no quiero toparme con ningún maño en una revuelta del camino, limitado por la señal a 30 km/h, que por detrás debe poner aragonés 2x, y llevarme algún disgusto. Hay silencio, no lo voy a romper con Van Halen Ain't talking about love, quizás otro rato. Sabes que estás en el pueblo no sólo por las casas, sino por el traqueteo de las ruedas al abandonar la carretera, sobre las calles de adoquín protegido. Me bajo y huele a limpio, me gusta los primeros días porque me doy cuenta de que el aire huele a aire y pinos.

En el bar hay cuatro gatos, cinco conmigo, me tomo un bocata, me voy a la casa que alquilé en la falda de la montaña, vistas impresionantes de una tarde nublada que amenaza tormenta desde la cama, en la que me meto con un libro de Forsyth. Mañana empezaré mi nueva vida.